miércoles, 12 de noviembre de 2008

Cuentos

Palabras

Los discípulos estaban enzarzados en una discusión sobre la sentencia de Lao Tse:
Los que saben no hablan; Los que hablan no saben.
Cuando el Maestro entró donde aquellos estaban, le preguntaron cuál era el significado exacto de aquellas palabras. El Maestro les dijo: ¿Quién de vosotros conoce la fragancia de la rosa? Todos la conocían. Entonces les dijo: Expresadlo con palabras. Y todos guardaron silencio.



El Té

Un importante catedrático universitario se encontraba últimamente en extraños estados de ánimo: se sentía ansioso, infeliz y si bien creía ciegamente en la superioridad que su saber le proporcionaba, no estaba en paz consigo mismo ni con los demás. Su infelicidad era tan profunda cuan su vanidad. En un momento de humildad había sido capaz de escuchar a alguien que le sugería aprender a meditar como remedio a su angustia. Ya había oído decir que el zen era una buena medicina para el espíritu.
En su región vivía un excelente maestro y el profesor decidió visitarle para pedirle que le aceptara como estudiante.
Una vez llegado a la morada del maestro, el profesor se sentó en la humilde sala de espera y miró alrededor con una clara -aunque para él imperceptible- actitud de superioridad. La habitación estaba casi vacía y los pocos ornamentos sólo enviaban mensajes de armonía y paz. El lujo y toda ostentación estaban manifiestamente ausentes.
Cuando el maestro pudo recibirle y tras las presentaciones debidas, el primero le dijo: "permítame invitarle a una taza de té antes de empezar a conversar". El catedrático asintió disconforme. En unos minutos el té estaba listo. Sosegadamente, el maestro sacó las tazas y las colocó en la mesa con movimientos rápidos y ligeros al cabo de los que empezó a verter la bebida en la taza del huésped. La taza se llenó rápidamente, pero el maestro sin perder su amable y cortés actitud, siguió vertiendo el té. El líquido rebosó derramándose por la mesa y el profesor, que por entonces ya había sobrepasado el límite de su paciencia, estalló airadamente tronando así: " ¡ Necio ! ¿ Acaso no ves que la taza está llena y que no cabe nada más en ella ?". Sin perder su ademán, el maestro así contestó: "Por supuesto que lo veo, y de la misma manera veo que no puedo enseñarte el zen. Tu mente ya está también llena".



El Fantasma

Esta es la historia de un joven que no podía dormir casi nunca puesto que un fantasma espectral le aparecía en sueños y le angustiaba revelándole todos los secretos más íntimos que él albergaba, demostrándole así que lo sabía todo acerca de él.
El joven estaba desesperado, hasta el punto que llegó a detestar el momento de acostarse pese al cansancio acumulado. Había visitado doctores y psicólogos, había confesado su problema a amigos, lo había intentado todo, pero sin resultados: el espectro seguía presentándose cada noche y le recordaba todos los rincones más íntimos y dolorosos.
Ya al borde de un colapso nervioso, decidió pedir auxilio de un célebre maestro zen que practicaba en la misma provincia. Fue a ver al maestro que le recibió amistosamente. Tras haberle explicado el dilema, el joven añadió: " Ese fantasma lo sabe todo, absolutamente todo acerca de mí, ¡ incluso conoce mis pensamientos ! No puedo sustraerme a su dominio ". El maestro pensó que la solución no estaba fuera del alcance del chico y le sugirió que hiciera un trato con el fantasma. " Esta noche, antes de acostarte -le dijo- coge un puñado de lentejas al azar y no las sueltes. Luego acuéstate y espera. Cuando el espectro se presente proponle un trato. Dile que si adivina cuántas lentejas tienes en la mano será para siempre tu dueño y que si no lo adivina deberá desaparecer para siempre. Vamos a ver que pasa ".
El chico procedió del modo que le aconsejo el maestro. Poco después de acostarse el fantasma apareció y le dijo: " Sé que intentas librarte de mí. También sé que te has ido a ver aquel bobo del monje zen para que te ayude a echarme, pero tus esfuerzos no te servirán para nada "." Bueno -respondió el joven- ya sabía que me habrías descubierto, así como supongo que indudablemente sabrás cuantas lentejas tengo en el puño ". El fantasma desapareció para no volver nunca jamás. Lo que no sabía el chico no lo podía saber su fantasma.



Naturaleza

Un chiquillo, reiteradamente decepcionado y traicionado por alguien que él creía amigo, se lo contó a su padre preguntándole por qué pasan estas cosas. El padre le respondió contándole esta historia:
Un día un escorpión llegó a la orilla de un río y, teniendo que pasar al otro lado, empezó a buscar un medio que le llevase sin riesgo de ahogarse. De repente, viendo a una rana que estaba tomando el sol, una idea hizo mella en su mente. Decidió formularle su propósito preguntándole:
- Oye rana, ¿ podrías llevarme a la otra orilla nadando conmigo en la espalda ?
La rana le contestó:
- ¿ De verdad me crees tan idiota ? Sé muy bien que una vez subido en mi espalda me clavarás tu aguijón matándome.
- No seas tonta -replicó el escorpión- ¿ cómo podría hacerte eso ? ¿Acaso no sabes que nosotros no sabemos nadar y que si yo te matase moriría contigo ?
La rana, reasegurada por este razonamiento lógico pensó: " Es verdad. Si me matara, él también se moriría... y no creo que esa idea le guste...
- De acuerdo, sube. Te llevaré -dijo el batracio.
El escorpión se acomodó en la espalda de la rana y ésta empezó a cruzar el río. Una vez llegados a la mitad del torrente, en el punto más profundo, el escorpión levantó su pincho y, de un rápido golpe, lo clavó en la cabeza de la rana. Esta, agonizando atónita, apostrofó:
- ¿ Qué has hecho, imbécil ? ¡Ahora te vas a morir tú también, cretino !
- Lo sé -contesto el alacrán- pero soy un escorpión y esta es mi naturaleza.



El picador de piedra

Cuenta la leyenda que un humilde picador de piedra vivía resignado en su pobreza, aunque siempre anhelaba con deseo convertirse en un hombre rico y poderoso. Un buen día expresó en voz alta su deseo y cuál fue su sorpresa cuando vio que éste se había hecho realidad: se había convertido en un rico mercader.
Esto le hizo muy feliz hasta el día que conoció a un hombre aún más rico y poderoso que él. Entonces pidió de nuevo ser así y su deseo le fue también concedido. Al poco tiempo se cercioró de que debido a su condición se había creado muchos enemigos y sintió miedo.
Cuando vio cómo un feroz samurai resolvía las divergencias con sus enemigos, pensó que el manejo magistral de un arte de combate le garantizaría la paz y la indestructibilidad. Así que quiso convertirse en un respetado samurai y así fue.
Sin embargo, aún siendo un temido guerrero, sus enemigos habían aumentado en número y peligrosidad. Un día se sorprendió mirando al sol desde la seguridad de la ventana de su casa y pensó: "él si que es superior, ya que nadie puede hacerle daño y siempre está por encima de todas las cosas. ¡ Quiero ser el sol !".
Cuando logró su propósito, tuvo la mala suerte de que una nube se interpuso en su camino entorpeciendo su visión y pensó que la nube era realmente poderosa y así era como realmente le gustaría ser.
Así, se convirtió en nube, pero al ver cómo el viento le arrastraba con su fuerza, la desilusión fue insoportable. Entonces decidió que quería ser viento. Cuando fue viento, observó que aunque soplaba con gran fuerza a una roca, ésta no se movía y pensó: ¡ ella sí que es realmente fuerte: quiero ser una roca ! Al convertirse en roca se sintió invencible porque creía que no existía nada más fuerte que él en todo el universo.
Pero cuál fue su sorpresa al ver que apareció un picador de piedra que tallaba la roca y empezaba a darle la forma que quería pese a su contraria voluntad. Esto le hizo reflexionar y le llevó a pensar que, en definitiva, su condición inicial no era tan mala y que deseaba de nuevo volver a ser el picador de piedra que era en un principio.



EL SAMURAI Y EL PESCADOR

Durante la ocupación Satsuma de Okinawa, un Samurai que le había prestado dinero a un pescador, hizo un viaje para cobrarlo a la provincia Itoman, donde vivía el pescador. No siéndole posible pagar, el pobre pescador huyó y trató de esconderse del Samurai, que era famoso por su mal genio. El Samurai fue a su hogar y al no encontrarlo ahí, lo buscó por todo el pueblo. A medida que se daba cuenta de que se estaba escondiendo se iba enfureciendo. Finalmente, al atardecer, lo encontró bajo un barranco que lo protegía de la vista. En su enojo, desenvainó su espada y le gritó: ¿"Qué tienes para decirme"?.
El pescador replicó, "Antes de que me mate, me gustaría decir algo. Humildemente le pido esa posibilidad." El Samurai dijo, "Ingrato! Te presto dinero cuando lo necesitas y te doy un año para pagarme y me retribuyes de esta manera. Habla antes de que cambie de parecer."
"Lo siento", dijo el pescador. " Lo que quería decir era esto: Acabo de comenzar el aprendizaje del arte de la mano vacía y la primera cosa que he aprendido es el precepto: “Si alzas tu mano, restringe tu temperamento; si tu temperamento se alza, restringe tu mano."
El Samurai quedó anonadado al escuchar esto de los labios de un simple pescador. Envainó su espada y dijo: "Bueno, tienes razón. Pero acuérdate de esto, volveré en un año a partir de hoy, y será mejor que tengas el dinero." Y se fue.
Había anochecido cuando el Samurai llegó a su casa y, como era costumbre, estaba a punto de anunciar su regreso, cuando se vio sorprendido por un haz de luz que provenía de su habitación, a través de la puerta entreabierta.
Agudizó su vista y pudo ver a su esposa tendida durmiendo y el contorno impreciso de alguien que dormía a su lado. Muy sorprendido y explotando de ira se dio cuenta de que era un samurai!
Sacó su espada y sigilosamente se acercó a la puerta de la habitación. Levantó su espada preparándose para atacar a través de la puerta, cuando se acordó de las palabras del pescador: "Si tu mano se alza, restringe tu temperamento; si tu temperamento se alza restringe tu mano."
Volvió a la entrada y dijo en voz alta. "He vuelto". Su esposa se levantó, abriendo la puerta salió junto con la madre del Samurai para saludarlo. La madre vestida con ropas de él. Se había puesto ropas de Samurai para ahuyentar intrusos durante su ausencia.
El año pasó rápidamente y el día del cobro llegó. El Samurai hizo nuevamente el largo viaje. El pescador lo estaba esperando. Apenas vio al Samurai, este salió corriendo y le dijo: "He tenido un buen año. Aquí está lo que le debo y además los intereses. No sé cómo darle las gracias!"
El Samurai puso su mano sobre el hombro del pescador y dijo: "Quédate con tu dinero. No me debes nada. Soy yo el endeudado."



¡ Que suerte !

Un hombre, morbosamente apasionado por el juego, había pasado una vez más, toda la noche en un casino. Salió del lugar totalmente rendido... estaba a punto de amanecer. Cuando el cielo se tiñó de rojo y el sol empezó a salir, sintió un escozor en sus ojos somnolientos. Vio un gran árbol en el jardín y decidió sentarse a sus pies para descansar un rato antes de volver a casa. En un abrir y cerrar de ojos, el jugador cayó en un sueño profundo. Durmió todo el día y toda la noche.
Había dormido exactamente 24 horas cuando se despertó. Era el alba, y el sol estaba empezando a subir al cielo.
- ¡ Que suerte ! -exclamó contento- casi me duermo.




El Sabio y sus Dicipulos

Se cuenta la historia de un sabio religioso que todas las mañanas hablaba a sus discípulos. Cierta mañana subió al estrado y justamente cuando iba a comenzar a hablar un pájaro se poso en la ventana y comenzó a cantar, con toda su alma. Después se callo y se fue a volar.
El instructor dijo entonces: “Se ha terminado la charla de esta mañana”.




Criticas y Halagos

Cuentan que un hombre llegó a la conclusión de que vivía muy condicionado tanto por los halagos y aceptación de los demás, como por sus críticas o rechazo.
Dispuesto a afrontar la situación, visitó a un sabio. Éste, oída la situación, le dijo:
“Vas a hacer, sin formular preguntas, exactamente lo que te ordene. Ahora mismo irás al cementerio y pasarás varias horas vertiendo halagos a los muertos; después vuelve”.
El hombre obedeció y se fue al cementerio donde llevó a cabo lo ordenado. Cuando regresó, el sabio le pregunto:
“¿Qué te han contestado los muertos?”
“Nada, señor; ¿cómo van a responder si están muertos?”
“Pues ahora regresarás al cementerio de nuevo e insultarás gravemente a los muertos durante horas”.
Cumplida la orden, volvió ante el sabio, que lo interrogó:
“¿Qué te han contestado los muertos ahora?”
“Tampoco han contestado en esta ocasión, ¿cómo podrían hacerlo?, ¡están muertos!
“Como esos muertos has de ser tú. Si no hay nadie que reciba los halagos o los insultos, ¿cómo podrían éstos afectarte?”




El Monje y la Chica

Cuentan que un hombre llegó a la conclusión de que vivía muy condicionado tanto por los halagos y aceptación de los demás, como por sus críticas o rechazo.
Dispuesto a afrontar la situación, visitó a un sabio. Éste, oída la situación, le dijo:
“Vas a hacer, sin formular preguntas, exactamente lo que te ordene. Ahora mismo irás al cementerio y pasarás varias horas vertiendo halagos a los muertos; después vuelve”.
El hombre obedeció y se fue al cementerio donde llevó a cabo lo ordenado. Cuando regresó, el sabio le pregunto:
“¿Qué te han contestado los muertos?”
“Nada, señor; ¿cómo van a responder si están muertos?”
“Pues ahora regresarás al cementerio de nuevo e insultarás gravemente a los muertos durante horas”.
Cumplida la orden, volvió ante el sabio, que lo interrogó:
“¿Qué te han contestado los muertos ahora?”
“Tampoco han contestado en esta ocasión, ¿cómo podrían hacerlo?, ¡están muertos!
“Como esos muertos has de ser tú. Si no hay nadie que reciba los halagos o los insultos, ¿cómo podrían éstos afectarte?”




El Niño sin Padre

Ya el sol se había puesto entre el enredo del bosque sobre los ríos.Los
niños de la ermita habían vuelto con el ganado y estaban sentados al fuego, oyendo a su maestro Gautama, de pronto llegó un niño desconocido y lo saludó con flores y frutos. Luego, tras una profunda reverencia, le dijo con voz de pájaro:“Señor Gautama, vengo a que me guíes por el Sendero de la Verdad. Me llamo Satyakama.”“Bendito seas –dijo el Maestro- ¿Y de qué casta eres, hijo mío? Porque sólo un brahmín puede aspirar a la suprema sabiduría.”Contesto el niño:“No sé de qué casta soy, Maestro; pero voy a preguntárselo a mi madre.”Se despidió Satyakama, cruzó el río por lo más estrecho, y volvió a la choza de su madre, que estaba al fin de un arenal, fuera de la aldea ya dormida.La lámpara iluminaba débilmente la puerta, y la madre estaba fuera, de pie en la sombra, esperando la vuelta de su hijo.Lo abrazó contra su pecho, le besó en la cabeza y le preguntó qué le había dicho el Maestro.“¿Cómo se llama mi padre? – preguntó el niño- Porque me ha dicho el señor Gautama que sólo un brahmín puede aspirar a la suprema sabiduría.”La mujer bajó los ojos y le contestó dulcemente:“Cuando era joven yo era pobre y conocí a muchos amos. Sólo puedo decirte que tú viniste a los brazos de tu madre Jabala, que no tuvo marido.”Los primeros rayos del sol ardían en las copas de los árboles de la ermita del bosque. Los niños, con los pelos aún mojados del baño de la mañana, estaban sentados ante su Maestro, bajo un viejo árbol.Llegó Satyakama, le hizo una profunda reverencia al Maestro y se quedó de pie en silencio.“Dime –le preguntó el Maestro- ¿Sabes ya de qué casta eres?”“Señor –contestó Satyakama-, no sé. Mi madre me dijo: Yo conocí muchos amos cuando era joven, y tú viniste a los brazos de tu madre Jabala, que no tuvo marido.”Entonces se levantó un rumor como el zumbido iracundo de las abejas hostigadas en su colmena. Y los estudiantes murmuraban entre dientes de la desvergonzada insolencia del niño sin padre.Pero el Maestro Gautama se levantó, trajo al niño con sus brazos hasta su pecho, y le dijo:“Tú eres el mejor de todos los brahmines, hijo mío; porque tienes la herencia más noble, que es la de la verdad.”